¿Os cuento un secreto? No me gustan los aviones (mentira, me dan pánico) y en consecuencia no me gusta viajar. Es verdad que no estoy orgullosa de ello, también es cierto que a veces tengo la sensación de estar perdiéndome algo importante. Me gustaría hacerlo, sin embargo tampoco lo siento como una necesidad inevitable en mi vida.
El asunto en cuestión es que cuando la gente se entera, me señala con su dedo acusador de palabras y comienza un hilo interminable de razones, perfectamente comprensibles para ellos, pero incomprensible para alguien que tiene una fobia. Y la pregunta es: ¿ por qué nos gusta tanto meter el dedo en las heridas ajenas? Habitualmente conozco perfectamente las debilidades de mis interlocutores: al uno le da pánico ir al dentista, al otro le da pánico mirar dentro de sí mismo y un largo etcétera. Francamente, consiguen hacerme sentir muy mal. Sentimiento que yo intento siempre no provocar, al menos a sabiendas, en la gente que amo. Mi problema solo tiene una solución y la sé: ir al psicoanalista y después hacerlo. No hace falta que nadie me lo recuerde constantemente.
“Oye mira te ha salido un grano en el culo, pero no sé por qué te quejas si los granos en el culo son estupendos, todo es probar, te lo tocas, te lo tocas y al final lo aceptas, es tu grano en el culo, con una pomada de bromazepan se te quita, o con dos, pero no entiendo por qué te ha salido un grano en el culo, la verdad, eso solo te puede pasar a ti” ¿ Os lo imagináis? Pues así va la cosa. Relatos interminables sobre el mismo tema cuando solo hay que decir: ve al doctor, no te preocupes, te queremos con tu grano en el culo. Y luego cambiar de tema.
En un acto de rebeldía, cuando ponen el dedo en mis debilidades, confieso que algunos con muy buena intención y otros no tanto, lo siento como tal muestra de falta de respeto que reacciono a la inversa. Me hacen sentir tan pequeña que mi fobia se hace más grande. Me siento una completa mamarracha ( me encanta esta palabra, define tanto con tan poco.., y tienen una pronunciación tan bonita…)
Recuerdo una alumna que tuve, se había mudado al campo porque le gustaba la naturaleza pero lo daban fobia las lagartijas. Si un día había tenido el infortunio de cruzarse con una, venía llorando como si se fuera a acabar el mundo, a mí me costaba entenderla, lo reconozco, hasta que pensé en mis propias lagartijas.( todos tenemos una, lo que pasa es que unas son más llamativas que otras). Cuando llegué a esa conclusión, dejé de darle soluciones que solo me servían a mí ( las lagartijas me parecen seres entrañables y me entretiene muchísimo verlas reproducirse en primavera). Así que empecé a acariciarle el espalda por las mañanas, a darle clínex y a consolarla por aquella terrible aparición. También dejé de hacerle preguntas. Un día se mudó a la ciudad, me dio mucha pena porque le encantaba el campo. Yo sabía que no era la solución. No le dije nada porque sé que iba a hacer lo que tuviera que hacer, cuando ella estuviera preparada, y si nunca lo estaba, yo la iba a querer igual porque era una mujer tan bonita, en el amplio sentido de la palabra, que ni sus lagartijas podían hacerle sombra.
Juan Ramón Jiménez, no conducía por miedo a atropellar a un perro, llegó a tener tal claustrofobia que daba las conferencias junto a la puerta por si tenía que salir pitando. Afortunadamente encontró a su Zenobia, que lo amó sin condiciones. Murakami y su obsesión con la disciplina. O el más bonito de todos, Gabriel García Márquez, que no podía escribir si no estaba descalzo y había cerca flores amarillas. El mundo está lleno de locos maravillosos..
En definitiva, creo que hay que normalizar las enfermedades mentales, es muy fácil culpabilizar, culpabilizarte y dejarte culpabilizar.
Cuando me descubro salvando crías de ratón agonizando en una piscina como si fuera la misión más importante de mi vida. O enterrando pájaros que no han sobrevivido al invierno y lanzando una oración al universo por su alma, me parezco una tía rara y magnifica y hasta me quiero.
Hay fobias horribles, las fobias no son graciosas, ni para quien las sufre ni para los que están cerca, pero lo peor de todo es asomarte dentro de ti mismo y no encontrar algo bonito con lo que entretenerte o un rincón donde acurrucarte. Mirar a los ojos de tu prójimo y en lugar de ponerte en su piel, ensañarte con sus miedos. Eso sÍ que es ser un mamarracho en el amplio sentido de la palabra. Yo al menos reconozco que voy perdiendo una batalla, aquellos que no tienen vida interior, han perdido la guerra.
Texto: Cuca Centeno. ©. Copyright.
“La felicidad suprema en la vida es tener la convicción de que nos aman por lo que somos, o mejor dicho, a pesar de lo que somos”
Victor Hugo.
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