El sitio de mi recreo.

Me hubiera quedado a vivir allí para siempre, en aquella tierra cálida que me acunaba, en el vaivén de la respiración. Apoyada en su pecho, sentía el corazón palpitar bajo mi cabeza; aquel compás era el que marcaba el ritmo de mi existencia, mis ganas de vivir y mi entusiasmo.

Sentía el cobijo de sus brazos como un techo sólido que me protegía contra la intemperie de todo lo malo. Sus labios eran las puertas de una despensa llena de besos interminables de los que me abastecía día y noche. Su vientre suave mantenía la temperatura de mi cuerpo.

Tenía unas ventanas brillantes, que abría cada mañana, donde yo podía contemplar toda la belleza del universo. Era posible ver otros mundos a través de sus ojos. Todas las respuestas estaban dentro de aquella pupila.

La blanca espalda era un pasillo interminable que iba a parar a esquinas ocultas donde se detenía el placer y el tiempo. La amplitud de sus piernas alrededor de mi cintura dibujaba un movimiento rotatorio que creaba entre nosotros un espectro de radiación electromagnética. A veces esa luz se rompía por la humedad y se podía ver un bonito arco iris que se desplegaba desde las piernas a la garganta y me hacía suspirar y reír de placer hasta que se me sonrojaban las mejillas.

Sus cinco dedos eran los anclajes de seguridad a los que me agarraba cuando tenía que saltar al vacío.Los domingos por la mañana, si no podía dormir, metía la mano en su cabeza. Allí tenía un suave atrapasueños de pelo que ahuyentaba las pesadillas. La cabeza en su pecho, mi mano en la suya, el tambor de su corazón, el calor de su cuerpo.

No conozco ningún lugar mejor adonde volver.

Silencio, brisa y cordura
Dan aliento a mi locura
Hay nieve, hay fuego, hay deseos
Allí donde me recreo

Antonio Vega.

Texto: Cuca Centeno. ©. Copyright.-

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