Un año más.

Hace tiempo que no escribo, escribir es ponerte delante de un espejo y no me apetecía mirarme. Hoy lo hago para conmemorar que en unos días soy un año más mayor, pero tengo la sensación de que han pasado cinco. La vida me ha dado un curso acelerado sobre la amistad, el amor, la muerte, la vida y, sobre todo, sobre mí misma.

Siempre me he sabido sensible, pero nunca me había planteado mis fortalezas. Es triste que la vida te enseñe a golpes, pero lo hace. Lo sorprendente es que cada vez que me he sacudido el polvo para levantarme, había aprendido algo nuevo.

El año ha dejado imágenes que quedarán en mi memoria para siempre: clases llenas de niños con mascarillas y desinfectantes encima de la mesa, que siguen compaginando con su libro de Lengua y sus rotuladores con más normalidad de lo esperado. Quizás porque antes de que el mundo nos contamine somos básicamente eso, normalidad. 

El silencio del ataúd de mi madre entrando en un nicho y el sonido de una espátula que tuve que aguantar con el rigor de saber que no me gusta llorar en público. O quizás con la sensación de que aguantar ese llanto sostenía un poco el dolor de mi padre que, de pronto y sin saber cómo, estaba a mi lado apoyado en un bastón que nunca había usado (igual que nunca había usado esa postura de derrota a pesar de su avanzada edad). Lo he visto toda la vida caminar de frente y erguido. La muerte, los hospitales y las mascarillas nos habían pasado factura a todos casi sin darnos cuenta. No había tiempo para darse cuenta, solo para correr cada día al hospital y despedirme mil veces que aún me parecen pocas; para susurrarle al oído, mientras la cogía de la mano , que podía irse tranquila, que le prometía portarme bien y sobrevivir sin ella y, sobre todo, le prometía no tomar Coca Cola por las noches.

 Cuando pude pararme un poco reparé en su bastón, en mis nuevas arrugas en la comisura de los labios, en mis ojeras, en mis canas multiplicadas y en la sensación de no volver a ser nunca más la niña que fui, esa niña que siempre ha estado dentro de mí y que ahora llevo de la mano porque se siente huérfana y triste. Le he hecho la firme promesa de que ahora seré yo quien cuidará de ella. Ambas somos conscientes de que nadie, nunca más, nos querrá de forma tan incondicional. Aunque tenemos la extraña certeza de que ella nos acompañará para siempre y eso nos ha otorgado cierta paz. Es imposible expresarlo con palabras, porque desciende de un mundo tan intangible como verdadero. Quizás porque el amor no muere nunca, vive siempre dentro del que ama, y ese sentimiento es el mejor superviviente de todos los sentimientos existentes. Si la busco, la encuentro en el sol cuando cae, en las hojas del otoño, en todos los ciclos de la vida en los que se alberga la esperanza de volver a encontrarse.

Otra imagen para el recuerdo son unas hojas de parra sobre mí, entre las que se filtraba un sol abrasador de mediodía, una chicharra rompía nuestro silencio. Yo estaba en una hamaca con un bikini puesto a desgana; justo a mí lado, una de las mujeres de mi aquelarre me sostenía la mano, ahuyentando la tristeza a escobazos, a trozos de fruta porque no quería comer, curándome el alma a cucharadas de amor, de conversaciones y de silencios.

Aun estando tumbada, sentía que el mundo se abría bajo mis pies; si no hubiera sido porque ella, me aguantaba la mano en un amor incondicional e inquebrantable que durará para siempre, porque sin esa mano y las del resto de las mujeres de mi vida, no sé si hubiera tenido fuerzas para levantarme.

Ha sido un año para aprender sobre el amor, sobre el desamor, sobre reinvenciones aliñadas con demasiados fracasos y algún pequeño triunfo. Triunfo que ha residido principalmente en la certeza de saber que puedo caminar sola. Es agradable  que alguien te acompaña en el camino, pero también es muy importante reconocer que puedes hacerlo sola si es necesario.

He aprendido que las mujeres de nuestra vida son imprescindibles para la supervivencia, aunque deben tener la fortaleza de quererte en tu complejidad y con tu complejidad. Y eso no es fácil. Si encontráis alguna, amadla para siempre, yo tengo la suerte de tener varias.

He aprendido que el ser humano es complicado y que hay que tener una dosis de bondad enorme en el corazón para poder aceptar la complejidad de los demás. He aprendido que la vida y el amor son frágiles y que, por eso mismo, hay que disfrutarlos.

Ha sido un año difícil, pero he crecido mucho, ya casi me siento una niña mayor, así que no voy a quedarme con todas las veces que me he caído, sino con todas las veces que he sido capaz de levantarme.

Gracias a todos y a todas los que me habéis ayudado a sobrevivir un año más, ojalá que  en el año que estreno, me atreva a volver a soñar.

«El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona»

Hölderlin.

Texto: Cuca Centeno. ©. Copyright

Imagen extraída de Internet, si eres su autor  dímelo y añadiré tu nombre o la retiraré de inmediato.

7 comentarios sobre “Un año más.

  1. Siempre magistral tu cuento. Un cuento de vida que inexorablemente pasa haciendo nuevos caminos de las derrotas y el apuro del vivir. Un aplauso a esas tus mujeres que seguramente han construido las mujeres que habitan en tí. Confieso una lagrima rodar por mi mejilla cuando hablas de tu padre. Y te acompaño en tu dolor por la muerte de tu madre, más nunca olvides que ella jugueteará en tus venas siempre, eso, nunca nada ní nadie te lo podrá arrebatar. Nó dejes de escribir, esa sensibilidad ahora más que nunca es necesaria y embriagadora.

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